EL COLOR DEL DINERO

#NotaDeOpinión del empresario de CABA Walter Petina

Comunicación - Notas de opinión18 de febrero de 2025ENACENAC
el color del dinero
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En 1986, Martin Scorsese estrenó El color del dinero. Paul Newman, en la piel de un veterano estafador, le enseña a un joven Tom Cruise las argucias para desplumar incautos en partidas de pool arregladas. El juego, en definitiva, se basaba en la apariencia, en fingir y apostarlo todo sabiendo, de antemano, que las cartas o, mejor dicho, las bolas sobre la mesa estaban marcadas.

Estas imágenes me vinieron a la mente cuando estalló la noticia de la estafa piramidal llamada $LIBRA, que en cuestión de horas dejó en evidencia que, una vez más, somos testigos de la ilusión de “ver el color del dinero” ajeno, es decir, la certeza de que quien está del otro lado realmente va a pagar.

Vivimos en la era de las redes sociales, donde los grandes empresarios son quienes controlan estas plataformas. Allí reina la inmediatez y la desinformación: un festival de comentarios, teorías sin sustento y violencia discursiva sin chequeo alguno. Este clima contribuye a la idea, cada vez más extendida, de que la salida es individual y de que el éxito llega por la vía rápida y fácil de hacer dinero, casi siempre asociado a la especulación o las apuestas.

El mundo de las criptomonedas no escapa a esta lógica. Al contrario, se presenta como una salida “mágica”: invertir desde la comodidad del sillón para, en teoría, cambiar nuestra vida de un día para el otro. Este fenómeno, claro está, no es nuevo. En la Argentina de la “Plata Dulce” —cuando las tasas de interés a muy corto plazo permitían vivir de la bicicleta financiera—, muchos vendieron sus herramientas de trabajo o incluso sus vehículos para poner el dinero “a descansar” en el banco mientras ellos también descansaban en una reposera. La historia terminó mal, y con la “timba virtual” amenaza repetirse.

La estafa de $LIBRA salió a la luz de manera estruendosa, respaldada —sorprendentemente— por la cuenta oficial de X (ex Twitter) y de Instagram del propio Presidente. Se anunciaba como una iniciativa privada dedicada a “incentivar el crecimiento de la economía argentina, fondeando pequeñas empresas y emprendimientos locales”. Sin embargo, esa promesa hizo agua en apenas cinco horas, en las que miles de personas fueron estafadas.

En paralelo, el país atraviesa un ajuste feroz que, según el relevamiento de la Asociación de Empresarios y Empresarias Nacionales (ENAC), está provocando el cierre masivo de PYMES, despidos y un aumento de la informalidad. Mientras tanto, desde el Poder Ejecutivo se alienta la especulación virtual y el desmantelamiento de la industria. Es un sinsentido: el Estado deja caer a las empresas productivas y, al mismo tiempo, impulsa inversiones en una criptomoneda con tintes de fraude.

La mecánica que se usó no es nueva: se conoce como Pump & Dump. Quienes impulsan la cripto hacen propaganda engañosa, inflan el valor artificialmente y venden sus activos cuando el precio se dispara para luego dejar que la moneda colapse, arrastrando a miles de incautos. Semejante engaño supera con creces el clásico esquema Ponzi.

Esta situación debe hacernos reflexionar sobre hacia dónde nos están llevando quienes predican la libertad de mercado sin regulaciones y el “sálvese quien pueda” como receta. Para quienes creemos en un modelo de país productivo, con empresas nacionales fuertes, una distribución más justa y equitativa de la riqueza y un rol activo del Estado que proteja a sus ciudadanos, este fraude no es más que un golpe a nuestra conciencia colectiva.

Es momento de llamar la atención y de actuar. Si no lo hacemos, estamos condenados a repetir la historia una y otra vez, apostando a la “ficha ganadora” mientras el verdadero color del dinero se vuelve cada vez más difuso y fuera del alcance de la mayoría.

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